Más
de una vez he leído o escuchado frases relativas al tema central de este blog,
la Feria del Libro, y su calidad o cualidad de evento cultural. Sin embargo, un
día escuché una opinión totalmente contraria a estas ideas: la FIL no puede ser
considerado un evento cultural.
A
partir de tal afirmación, mi mente comenzó a divagar, en busca de argumentos
que la sustenten antes de simplemente rechazarla. Y al final, llegué a la
conclusión de que, efectivamente, falta mucho para catalogar a la Feria como un
evento de tal carácter.
A
continuación les explicó por qué.
La
Feria del Libro es una feria cultural, que muestra la cultura tanto regional
como de otros países y la difunde a través de la lectura. ¿O no? Se puede decir
que esto es verdadero, porque en la feria uno puede encontrar libros de
variados géneros y temáticas, cuyos autores son de distintos países (entre
ellos, Bolivia). Algunos de estos
autores nos permiten darle un vistazo a sus realidades y tradiciones en sus historias. Además, al
invitar a un país diferente en cada versión de la FIL se le da variedad a esta “ensalada
cultural”.
Y
ese no es el único punto a favor de la feria como evento que promueve la
cultura, si puede decirse así. Porque este año, por lo menos, se realizaron
proyecciones de películas y presentaciones teatrales y musicales.
Muy
bien, hasta ahí, todo perfecto.
Pero
todos estos esfuerzos por mostrar cultura (y disculpas por la repetición de
esta palabra), se vuelven inútiles si la gente a la cual están dirigidos no
coopera. Es decir, si no leen los libros, si no asisten a las proyecciones ni a
las obras teatrales, si ni siquiera se informan al respecto. Y en este punto,
influyen tanto los organizadores (informando) como los visitantes
(interesándose).
Pero,
¿qué pasa si a la población no le interesa coger un libro y ojearlo? ¿Qué pasa
si hay personas que simplemente van a buscar algo específico y no prueban nada
nuevo? ¿Y qué pasa si hay quienes no saben bien lo que buscan y terminan
gastando su dinero en revistas, broches y un crepé? ¿Qué se hace entonces con todas las
actividades culturales ofrecidas en la feria, si a las personas no les
interesan?
Pues
aquí es donde entran en acción los expositores.
Considero que el despertar el interés por la lectura en el público es,
en gran medida, un deber de estos trabajadores feriales. Por eso también soy de la opinión de que ellos
deben ser amantes de los libros, porque
así tendrán un entusiasmo auténtico y un conocimiento fiable a la hora de recomendar obras y atender a sus
clientes.
Pero
el problema, queridos lectores, es que en la Feria Internacional del Libro en
Santa Cruz, rara vez he visto o sabido que los expositores se destaquen en la
cualidad descrita anteriormente. Esto me lleva a creer que la mayor
preocupación de estos individuos no es fomentar la lectura en su público, si no
aumentar las ventas y generar ganancias.
Basta
con pensar en esto: ¿qué diferencia hay entre pasear en, digamos, el pabellón
Brasil de la feria y recorrer una librería? La primera obvia respuesta es la variedad
ofertada. En una librería no encuentras tal cantidad de libros y otros
artículos. Pero aparte de eso, vemos lo mismo: libros y más libros ordenados en
sus estantes (o mesas en algunos casos), y el o los encargados, expectantes.
Realmente una librería es un supermercado de libros. Y la Feria del Libro es el
centro comercial.
¿Y
fuera de los pabellones? Puestos de comida. ¿Qué tiene de cultural un
local de pollos Chriss? El objetivo
claro de este grupo de vendedores es ganar dinero, pero su presencia en la
feria es aceptable porque aquellos que asisten a ella tendrán hambre en algún momento.
Entonces,
más que valor cultural, le veo a la feria un valor (e interés) comercial.
El
único lugar en el cual considero que se intenta motivar a leer es en el pabellón infantil. Incluso la
decoración y la disposición de los espacios están diseñadas para invitar a la
lectura: nada de estantes alineados en cada estand, nada de estos impresos
productos llenando cada hueco libre, simplemente unos cuantos libreros de
atractivos diseños con algunos libros en ellos, y asientos, asientos por todos
lados (sillas, pufs, sillones, cojines, etc.). Hasta a mi me dieron ganas de
sentarme y perderme entre las hojas de alguna historia un rato. Y los mismos
expositores en este pabellón trabajan por hacer de la visita a la feria, una
experiencia interesante para los más pequeños, llegando a sentarse con ellos
para leerles.
Un expositor, leyendo con a una pequeña visitante |
Los encargados en el pabellón infantil interactuaban y procuraban interesar a los niños |
En esta imagen se aprecia la decoración de uno de los estands, con libreros en forma de árboles |
Por
esta razón le doy un aplauso al pabellón infantil. Si el resto de los pabellones
imitaran esa manera de ordenar y presentar los estands, tal vez mi opinión
comenzaría a cambiar. Pero por ahora, me
mantengo pensando que la Feria del Libro, más que a la lectura, lo que motiva
(y la motiva) son las compras y ventas.
Y
justamente por eso, no puedo decir que este sea un evento esencialmente
cultural.
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