Era un domingo algo frío y no quería cambiarme de ropa tres veces, así que decidí salir de casa con
mi atuendo del siglo XVII. De todas maneras tenía que dar pocos pasos fuera del
escenario, al subir y descender del auto hasta encontrar el Pabellón Infantil y
regresar a casa, solo eso.
Durante el trayecto
sentíamos que las personas de los otros autos nos miraban asombrados, pero
quizás era solo nuestra expectativa de ver sus rostros al descubrir que nos
habíamos infiltrado en el siglo XXI desde lejanas tierras. Mi hermano llevaba
una camisa blanca con chaleco bordo, medias pantis blancas, zapatos de tacón
con cordones, un pantalón corto y un sombrero negro de capitán en la cabeza. Mi
atuendo era más sencillo porque simplemente era una música del palacio y no el
capitán que con sus hazañas nos llevaría al nuevo mundo.
Hace ya un tiempo que
deseaba ver a mi compañera sobre el escenario, la Feria del libro me dio la
oportunidad. Se trataba de una obra teatral para niños; para no ir sola a un evento infantil, rapté a
mi sobrino de su casa solo por unas horas.
Llegamos a la feria
algo atrasados, no quince minutos antes (como de costumbre), sino que solamente
cinco. Luego de hacer la común movida técnica de “colarse” a la fila compramos
los tickets y entramos. Por fortuna yo ya conocía el lugar exacto en el cual se
desarrollaría la obra, así que a pasos agigantados llegamos en menos de tres
minutos. En el salón no se encontraba el gentío que yo esperaba, estaba más
vacío que colmado. Apresuré al niño en vano.
La
prisa me invadía. Había salido tarde de casa y sabía que llegaría tarde a la
presentación musical en la cual esperaba encontrar a por lo menos una compañera
de la universidad.
Luego
de atravesar la entrada a la Feria, estuve a punto de echar a correr hacia el
pabellón en el que se estaba llevando a cabo la actividad que yo quería
presenciar, cuando caí en cuenta de que no tenía la menor idea de dónde se
hallaba mi destino. Era la tercera vez que asistía a la Feria y aún así era
incapaz de ubicarme.
Menos
mal, no estaba sola. Mi acompañante (mi novio) me sacó de mi apuro y muy amable
y rápidamente, me guió hasta el pabellón infantil.
Sentados esperamos y
esperamos, las sillas comenzaban a ocuparse por niños entusiastas y mayores con
actitud de viejos. Adelante, justo
frente al escenario, había un par de filas
de sillas pequeñas y coloridas, asientos especiales para niños. Mi sobrino no
quiso sentarse con los niños así que se quedó conmigo, yo estaba tentada de
ocupar un lugar de niña, más no cabía en él.
Anunciaron que
faltaban minutos para el comienzo de la obra. Miré a mi alrededor y pude
percibir que el niño sentado a mi lado era el menos exaltado, estaba pálido y
dijo que tenía dolor de cabeza. No presté demasiada importancia, los niños son
así, pensé. Se apagaron las luces y la función comenzó.
Con la respiración agitada, ingresé al fondo del pabellón, al salón teatral. Como esperaba, la obra ya había iniciado hace quince minutos.
Tengo pésima memoria
así que ya no sé de qué modo exactamente comenzó la obra, en fin entró la reina
de España y su fiel servidor. Para ese entonces el salón estaba repleto,
incluso había gente sentada en el piso. Luego entró un grupo de músicos, en el
cual se encontraba mi compañera, los cuales debían tocar en honor al cumpleaños
de la reina. Lo hicieron, mas la reina exigía una nueva canción, motivo que dio
el comienzo del clímax a la obra.
Ya acomodados, y con la cámara preparada en mi mano, fijé mi atención en lo que sucedía al frente. Un grupo de personas, vestidas con ropas que me hicieron pensar en Cristóbal Colón, dialogaban entre sí. Cada una de ellas (y entre ellas estaba mi compañera) llevaba un instrumento musical en sus manos, y todos los instrumentos tenían forma de la flauta dulce que yo usaba en el colegio, pero algunos eran más grandes y otros más pequeños. Cuando yo me daba cuenta de este detalle, los personajes presentaban los nombres y cualidades de sus instrumentos. Y fue así como me perdí en la obra musical.
Creo que debo hacer un
paréntesis para destacar la calidad de la presentación musical dentro de la
obra, los actores tocaban distintos tipos de flauta, y lo hacían con gran
habilidad. Lo cual le dio un plus a la presentación, puesto que atraía aún más
la atención de los niños.
El público, absorto, escuchaba. Tanto niños como adultos tenían su atención puesta en la historia representada, que se resume en la búsqueda de un grupo de músicos por una nueva canción, a petición de la reina.
Justo cuando los
músicos se dirigían rumbo al nuevo mundo para hallar nuevos ritmos musicales, una
vocecita me dijo: Me duele mucho la cabeza, quiero irme a mi casa. Eso fue
todo, me quedé con la obra a medias, justo cuando se ponía más interesante,
supongo que el raptado no se identificó con la raptora.
La obra me permitió relajarme y divertirme, acompañando la música con palmas y presenciando cómo los actores invitaban al público a bailar.
Y al final de la misma, cuando los músicos le presentaron sus hallazgos a la reina, no pude evitar sonreír al escuchar ritmos típicos de mi país animando el ambiente.
En general nunca reconocía a nadie del público, sabía que había muchos niños y personas porque cuando observaba al horizonte mientras actuaba detectaba una mancha parecida a una multitud de rostros. Mi mejor momento era la segunda venia cuando volvía a ser yo, abría los ojos para mirar fijamente al público y podía sonreír todo lo que quería.
Mucha gente desprecia a su país (me refiero a Bolivia), hablan mal de él (es cierto que a veces lo hacen con razón) y lo hace menos, sin apreciar lo que tiene. Mucha gente sueña con irse de su nación, porque la situación aquí no les gusta, porque no hay progreso, por la mala dirección política, etcétera, etcétera, sin darse cuenta de que si los bolivianos mismos no apoyan a su país ni hacen algo por mejorarlo, nada va a cambiar.
"Por una nueva canción" me gustó mucho, porque exhibe un poco de la cultura boliviana a través de la música, permitiendo apreciar una forma de belleza nacional y que las personas se den cuenta que no todo aquí es malo, que hay cosas de las cuales enorgullecerse.
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