Fue durante uno de los primeros días de la Feria del libro, todo estaba
tranquilo. El frío mantenía a la gente
es sus casas. Era un día de semana y como la mayoría de los días de la feria
las primeras horas de trabajo se fueron contestando una que otra pregunta de
los estudiantes de colegio, que estaban más interesados en terminar sus
cuestionarios que en ver libros, venían
en delegaciones, como legiones de hormigas. Por alguna extraña razón, que
desconozco y no me interesaba averiguar, la mayoría de los estudiantes de
colegio pasaban ignorando el estand en el que yo estaba trabajando. Todo esto
hacía que las primeras horas de trabajo fueran un tanto largas y aburridas,
pero sobretodo tranquilas permitiéndonos a mí y a mis compañeros de trabajo
guardar energías para el periodo de entre siete y diez y media de la
noche, en el que el verdadero trabajo
comenzaba.
El frío pudo más que las ganas de comprar libros ese día. Muy poca gente
fue ese día y la sensación de que el día no acabaría jamás creció entre mis
compañeros de trabajo. Lo bonito de nuestro trabajo era poder hablar con la
gente, saber qué era lo que buscaban, ver sus caras de alegría cuando teníamos
justamente el libro que buscaban o de lo contrario las contorsiones de sus
caras o pequeños suspiros mal disimulados cuando el libro que tanto buscaban
por toda la feria no se encontraba en otro estand más, en fin lo bueno del
trabajo estaba en la interacción, pero ese día era poca la gente que se
acercaba a preguntar. No llegaré a decir que nos peleábamos por atender a los
clientes ese día, pero escaseaban.
Llegó la hora de la cena y tomé mi cámara, traté de sacar fotos a libros
que deseaba comparar, pero no encontré muchos. Comí una pizza de tres quesos, y
comería muchas más durante el transcurso de la feria. Visité a mis amigos que
trabajaban en otros estands y les compre café, ellos no podían salir a comer
como yo, antes de volver a mi puesto de trabajo encontré un libro y después de
ojearlo un poco me decidí por comprarlo, el titulo: 98 segundos sin sombra, de
Giovanna Rivero.
Al volver mis compañeros estaban sentados, se veían cansados en extremo, pero
no era cansancio, era aburrimiento. Cuando llegué le tocaba a otra compañera ir
a cenar, la vitalidad volvió a ella y salió corriendo con una sonrisa en la
cara. Aprovechando la poca gente me dediqué a leer mi nueva adquisición, después de todo dos personas seguían cuidando los libros, aburridas pero
vigilantes. Cuando volvió mi otra compañera leí con más confianza alzando la vista
de vez en cuando para mirar a la gente que pasaba rápidamente por el pasillo
donde se encontraba nuestro estand. Vi a un chico con una revista en su mano,
su forma de vestir me hizo recuerdo a la mía, se fue rápidamente y yo seguí
leyendo. En otra rápida mirada me sorprendió que el chico hubiera vuelto, al
parecer con tres chicos más que parecían amigos suyos. No le di mayor
importancia, pero me paré y me acerqué a
la esquina opuesta de donde me encontraba para mover las piernas. Un grito
rápido de mi supervisor me hizo salir rápido de mi letargo, me decía que lo
siguiera. Fui detrás de él sin entender lo que pasaba. Tomo por el hombro al
chico que había visto antes y que ahora estaba casi en la puerta de salida. Le
dijo que no había comprado ese libro y que tenía que hacerlo. El pánico en la
cara del chico desapareció mientras decía cuánto cuesta. Al escuchar el precio
del libro biográfico del Vlad Drácula el pánico volvió a su rostro, pidió
perdón y nos dijo que no le alcanzaba. Le dijimos que llamaríamos a seguridad, el arrojó el libro al
suelo y salió corriendo.
Después de ese día estuve más atento y no volvió a ocurrir ningún incidente
similar. Acabó la feria y llego el día de paga. Recibí mi sueldo, mi primer
sueldo, es extraño que provocara en mí una serie de pensamientos confusos y
lejanos a la felicidad. Embalamos los libros en cajas, cerramos el estand y nos
fuimos. Me quedé con la satisfacción de que ningún libro nos fue robado.
Foto by Fabricio Cárdenas
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